2.1

Nunca fuiste buena para mentir.

Es que tengo un mal presentimiento, señora, y quiero cambiar el pasaje.

La mujer te mira con incredulidad por unos segundos. Después mira alrededor y suspira, pesadamente.

Ah, entiendo. Tenés presentimientos. Creés que está a punto de largarse a reír cuando su rostro se pone lívido—. Lo supe apenas te vi. Sos de las nuestras.

No sabés por qué, la palabra “nuestras” en su boca te da un pequeño escalofrío en la espina dorsal. Si hubiera dicho “mías” te sonaría a señora zen, pero hay algo en ese plural que…

Mirá, en realidad esto no está permitido, pero voy a hacer una excepción. Le agradecés pero, no sabés por qué, no te sentís afortunada.

La señora te entrega unos billetes arrugados. Le sonreís y tratás de no hacer más contacto visual que el estrictamente necesario, pero hay algo en la manera en que te dice “Cuidate” que te da ganas de alejarte corriendo.

Te sentás en uno de los asientos de plástico y tratás de reacomodar tus papeles. A tu lado, un nene llora pidiendo una revista y la mamá trata de convencerlo con un chupetín. Contás los billetes, para asegurarte de que te haya dado bien el vuelto, pero intentás hacerlo con la mayor discreción posible. Retiro es un lugar peligroso, cuidate pendeja, te dijo Poli antes de que te vayas. Si tanto te interesa que me cuide por qué no me alcanzás con el auto, pero no, el señor está tan ocupado con su trabajo de la farmacia, como si fuera el logro de su vida. Estás enfurruñada enojándote cuando se te cae un papelito doblado en cuatro en el regazo. Estaba entre los billetes arrugados que te dio la señora extraña. Lo agarrás mientras el corazón te empieza a latir muy fuerte, y pedís por favor que se haya equivocado, que sea una publicidad de Herbalife.



Vas desdoblando el papel de a poquito acá.