1bis

Te despertás bruscamente y con el corazón agitado. Te lleva unos segundos comprender qué te sobresaltó: a tu alrededor, los pasajeros duermen en silencio y afuera, aunque llueve, la ruta casi desierta rodeada de pastizales es el paradigma de la monotonía.

Una vez que tus sentidos se despabilan, entendés que lo que te despertó es el ruido de estática que suena en tus auriculares. Tirás con nerviosismo del cable para dar con el celular, pero descubrís con espanto que está desconectado. Buscás una explicación racional al mismo tiempo que se te ponen de punta los pelitos de la nuca, pero tu sorpresa es interrumpida por una frenada en seco, seguida por el silencio abrupto del motor.

Mientras el conductor intenta poner en marcha el micro y los pasajeros empiezan a desperezarse, vos te insultás por lo bajo recordando el mal augurio de Retiro.

No va más, eh anuncia el conductor con desgano por encima del coro de protestas—. Miren, en unas horas la empresa seguro manda otro micro. Se pueden quedar acá y dormir un rato, o se pueden hacer una corrida a la parrillita de allá y cuando llegue el micro les hago luces.

Por la ventanilla alcanzás a ver una construcción de ladrillos mal iluminada. Te separan cincuenta metros de barro y zanjas rebalsadas. La balanza se inclina con decisión por quedarte en el micro cuando sentís que una mano transpirada se apoya en la tuya.

No te preocupés, bonita, que tengo vianda para dos jadea tu vecino.



Si te aventurás en la parrillita, chapoteá por acá.

Si compartís una cena con tu compañero de viaje, resignate acá.