Empieza así


Para variar, calculaste mal el tiempo del colectivo. Como podés te abrís paso por la rampa de Retiro, golpeando sin querer a varios con el bolso. Volvés a maldecir mentalmente al tarado de tu hermano: como siempre, sos vos la que tiene que hacerse cargo de todo y más desde que Pablo, Poli, consiguió ese estúpido trabajo en la farmacia: se cree tan importante. Buscás corriendo la plataforma 187. Por supuesto, queda en la otra punta. 

Por más que te esfuerces, el único recuerdo que tenés del tío Alfonso (tío, en verdad, de tu mamá, que les pegó a todos el mote) es una cara borrosa, ya anciana, blanqueada por los años y el sol de Santa Lucía. Te sorprende que el viejo haya vivido tanto. Cuando tu familia dejó de veranear allá, dos o tres años después de que empezaras la escuela, para vos el tío Alfonso había dejado de existir nunca lo habías vuelto a ver, nunca se lo volvió a mencionar. Hasta hace cuatro días, que vos y Poli recibieron el llamado de un empleado municipal, un tal Vicente, que les comunicó que el señor Alfonso Montgomery había desaparecido hacía varios meses y que habían considerado prudente, debido a su avanzada edad, contactarse sin más demora con sus parientes más cercanos (y, en este caso, únicos): ustedes. Así que ahora estás por volver, después de tantos años, a las playas de Santa Lucía, para abrir la casa del tío Alfonso, ordenar sus cosas y disponer de ellas. La verdad, no te viene nada mal. Estás bastante ajustada de fondos.

Un tipo te insulta cuando casi te lo llevás puesto. No te alcanza el aire para gritarle una disculpa. Con el último aliento llegás a la plataforma de Packard S.A. No conocías la empresa, pero la oferta de viajes a Santa Lucía es pobre y este era el horario que más te convencía. Confirmás tus peores temores: el micro a punto de salir es un colectivo destartalado, sucio, con el espejo lateral colgando y una rajadura con forma de rayo en el parabrisas. Y aunque no entendés nada de motores, no tenés ninguna duda de que eso suena mal.

Sabés que el próximo micro a Santa Lucía, de otra línea, sale recién a la una y veinte de la madrugada. Sacás cuentas: no tiene sentido ir y volver hasta tu casa. Mucha gracia no te hace la perspectiva de esperar seis horas en Retiro, sin compañía ni nada para hacer. Pero ese motor no promete nada bueno.


Packard S.A.
Packard S.A.



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